domingo, 25 de abril de 2010

Cuento. Alexandra Brenlla

Por amor a Nichu

Hacía tiempo que era consciente de que esa era la única solución. Casi sin darme cuenta la soportaba día tras día con una sonrisa en la cara, pues ya sabía que si no, lo acabaría pagando. Incluso creo que ella lo sospechaba de algún modo, pues no había otro motivo posible para que la aguantase con tan infinita paciencia. Y, por mucho que les cueste admitirlo, ustedes habrían hecho lo mismo.

Quien me conozca puede asegurar que siempre he sido buena persona y que con Noa siempre me porté bien. Nunca la juzgué, siempre traté de comprenderla con todas sus descabelladas ocurrencias y, a pesar de que nadie jamás lo entendió, terminé por cogerle cariño y estaba siempre a su lado cuando los demás la despreciaban. Pues, todos ustedes habrán apreciado a estas alturas, que Noa no resultaba nada agradable a la vista, pero yo nunca consideré correcto sentenciar a las personas solo por su físico, pero en este caso ojala fuese así, porque el resto de las cualidades de mi amiga eran todavía más molestas. Y cuando esto se lo sumas a su enorme ego, que le cerraba por completo los ojos, se consigue lo que pasaba con ella, que nadie la soportaba.

Pero esto no fue nunca un motivo de rechazo para mí, pues sentía total compasión por ella, a pesar de los gritos que recibía a diario debido a su horrible mal humor, incluso a pesar de los insultos; solo despertaban en mí pena e incluso ternura.

Lo que yo no pude soportar fue esa manía, que fue imposible sacarle de la cabeza, la de hacerse llamar Nichu. Cada vez que escuchaba ese nombre, cada vez que oía Nichu , yo sentía que me iba a estallar la cabeza, y ella lo sabía. Confío en que ustedes lo entiendan, ese maldito nombre era como el complemento perfecto que hacía de ella una bomba atómica para mi infinita paciencia.

Debo resaltar, entonces, que el error fue suyo; Noa sabía que la quería y que si le pedía que se olvidase de lo de Nichu era simplemente por su bien. Pero no me hizo caso, no sé si me quería poner a prueba o qué era lo que se le pasaba por la cabeza realmente.

Mi decisión fue instintiva, por completo, pues todos saben que yo no tengo maldad en el cuerpo para planear nada que pueda afectar a otras personas. Cuando aparecí en su casa ella se sorprendió, pues no era costumbre que yo le hiciese esas visitas, y he de confesar que yo también me sorprendí a mí misma, no tenía claras mis intenciones, así que me dejé llevar. Ese día me fui a cama antes de lo habitual, estaba realmente cansada.

Al día siguiente me desperté y los recuerdos vinieron a mí despacio. La verdad, me apenó darme cuenta de que no volvería a verla, pero yo no habría podido hacer nada más para evitarlo. Ella motivó aquello cuando me enseñó, con esa mirada llena de maldad, la pulsera que había comprado con su nombre, Nichu, grabado. Estábamos en la cocina y yo solo hice lo que el cuerpo me pedía. Le clavé el cuchillo fríamente, de otro modo no podría. Después de dejarla sangrar en el suelo me decidí a deshacerme del cadáver, pues no sería justo, y estarán todos de acuerdo, que se me culpase a mí por aquello que Noa prácticamente me obligó a hacer. Con una sierra corté todos sus miembros uno a uno, en unos trozos del tamaño más pequeño que pude. Cuando terminé , los metí en una bolsa y limpié los restos de sangre cuidadosamente. La bolsa simplemente la tiré en un contenedor de basura, pues recuerden que, ya en vida, entre Noa y un cerdo, la diferencia siempre fue mínima. Nadie distinguiría el cuerpo.