Mi martirio
Todos los días era lo mismo de siempre. Pensaréis que exagero, pero no; cuando os cuente qué pasó, me daréis la razón. Siempre la tengo.
Me casé con mi marido hace ya seis años, y llevamos viviendo juntos siete años y medio. Es una persona maravillosa, inteligente, soñadora... pero había ciertas cosas que últimamente no soportaba de él.
Estaba harta de repetirle siempre la misma canción , cada día: que si recoge lo que manchaste, baja la tapa, no mojes el suelo, no dejes la televisión encendida... Ya lo sé, son cosas insignificantes, pero no tenéis ni idea de lo que supone aguantarlo todos los dás de la semana, del mes, del año... No es culpa mía ser tan ordenada y limpia.
Yo se lo repetía, y repetía; pero siempre terminaba por hacer lo mismo. Ya estaba cansada de esa situación, de esa rutina insoportable. Y no podía hacer nada más, lo amaba demasiado como para dejarlo.
El 16 del mes pasado fue el día en que mi paciencia se agotó.
Ese día, al llegar mi marido a casa después de trabajar, tenía su comida favorita esperándole caliente ya en la mesa. Era la lasaña de carne que tanto le gustaba, y me había costado mucho hacerla, él sabía que no me gustaba cocinar. Entró, vino junto a mí, me dio el correspondiente beso de todos los días pero ni un que guapa estás hoy (me había puesto el vestido verde que me había regalado por nuestro segundo aniversario, le encantaba; por lo menos hasta ese momento). Cogió su plato y se fue al salón porque quería ver las noticias.
"¿Pero qué dice? Si él nunca las ve!"
Al terminar, dejó su plato en el fregadero y bajó hasta el garaje donde estaba trabajando con su moto. (No soportaba que dejara de hacer las cosas de casa para ir con esa máquina). Y así, sin más, sin darme las gracias, sin decir nada, se largó. Después de recoger y dejarlo todo en su sitio, indignada, me fuí hasta la cabaña que teníamos en el jardín de nuestra casa. Me pasé toda la tarde dando vueltas de un lado a otro, pensando. Lo tenía decidido. Todo iba a acabar esa noche.
A las 21:36 horas de la noche me estaba preparando para mi baño diario. Ese día quería que él estuviera conmigo. Lo llamé para que viniera.
Tras entrar en el cuarto de baño se fue quitando la ropa poco a poco; parecía divertido, pero no por mucho tiempo, os lo aseguro. Mientras él estaba de espaldas, yo cerré la puerta del baño con llave y saqué un cuchillo que había cogido de la cocina minutos antes y que había escondido bajo una toalla.
Fuí hacia él poco a poco, silenciosa. Me precipité con cuidado hacia su espalda totalmente desnuda para que no se volviera. Yo, tapando el cuchillo con mi cuerpo, le dí un beso en el cuello y le dije que le amaba. Él contestó lo mismo, pero ya era tarde...
Le fui dando la vuelta muy despacio. A medida que me iba viendo, crecía mi exitación al ver su cara de pánico observando mi cuerpo desnudo lleno de profundas heridas. Le fuí explicando, mientras me hacía más cortes muy lentamente, que cada uno de ellos era por cada vez que había dejado el plato en el fregadero, o la toalla encima de la cama... Él estaba en estado de shock, no se movía. Me gustaba ver cómo su cara llena de horror se volvía blanca, azul...
Ahora sabía lo que yo había aguantado durante esos años. Y no iba a aguantar más; ya no.
Me casé con mi marido hace ya seis años, y llevamos viviendo juntos siete años y medio. Es una persona maravillosa, inteligente, soñadora... pero había ciertas cosas que últimamente no soportaba de él.
Estaba harta de repetirle siempre la misma canción , cada día: que si recoge lo que manchaste, baja la tapa, no mojes el suelo, no dejes la televisión encendida... Ya lo sé, son cosas insignificantes, pero no tenéis ni idea de lo que supone aguantarlo todos los dás de la semana, del mes, del año... No es culpa mía ser tan ordenada y limpia.
Yo se lo repetía, y repetía; pero siempre terminaba por hacer lo mismo. Ya estaba cansada de esa situación, de esa rutina insoportable. Y no podía hacer nada más, lo amaba demasiado como para dejarlo.
El 16 del mes pasado fue el día en que mi paciencia se agotó.
Ese día, al llegar mi marido a casa después de trabajar, tenía su comida favorita esperándole caliente ya en la mesa. Era la lasaña de carne que tanto le gustaba, y me había costado mucho hacerla, él sabía que no me gustaba cocinar. Entró, vino junto a mí, me dio el correspondiente beso de todos los días pero ni un que guapa estás hoy (me había puesto el vestido verde que me había regalado por nuestro segundo aniversario, le encantaba; por lo menos hasta ese momento). Cogió su plato y se fue al salón porque quería ver las noticias.
"¿Pero qué dice? Si él nunca las ve!"
Al terminar, dejó su plato en el fregadero y bajó hasta el garaje donde estaba trabajando con su moto. (No soportaba que dejara de hacer las cosas de casa para ir con esa máquina). Y así, sin más, sin darme las gracias, sin decir nada, se largó. Después de recoger y dejarlo todo en su sitio, indignada, me fuí hasta la cabaña que teníamos en el jardín de nuestra casa. Me pasé toda la tarde dando vueltas de un lado a otro, pensando. Lo tenía decidido. Todo iba a acabar esa noche.
A las 21:36 horas de la noche me estaba preparando para mi baño diario. Ese día quería que él estuviera conmigo. Lo llamé para que viniera.
Tras entrar en el cuarto de baño se fue quitando la ropa poco a poco; parecía divertido, pero no por mucho tiempo, os lo aseguro. Mientras él estaba de espaldas, yo cerré la puerta del baño con llave y saqué un cuchillo que había cogido de la cocina minutos antes y que había escondido bajo una toalla.
Fuí hacia él poco a poco, silenciosa. Me precipité con cuidado hacia su espalda totalmente desnuda para que no se volviera. Yo, tapando el cuchillo con mi cuerpo, le dí un beso en el cuello y le dije que le amaba. Él contestó lo mismo, pero ya era tarde...
Le fui dando la vuelta muy despacio. A medida que me iba viendo, crecía mi exitación al ver su cara de pánico observando mi cuerpo desnudo lleno de profundas heridas. Le fuí explicando, mientras me hacía más cortes muy lentamente, que cada uno de ellos era por cada vez que había dejado el plato en el fregadero, o la toalla encima de la cama... Él estaba en estado de shock, no se movía. Me gustaba ver cómo su cara llena de horror se volvía blanca, azul...
Ahora sabía lo que yo había aguantado durante esos años. Y no iba a aguantar más; ya no.
Ana Claudia