martes, 20 de abril de 2010

Cuento. Coral Cebrián Garea

...¿PERO POR QUÉ AFIRMAN USTEDES QUE ESTOY LOCO

...oía todo lo que puede oirse en la tierra y en el cielo.Muchas cosas oí en el infierno ...
(E. A. Poe , El corazón delator)

Transcurría mi último año de carrera en medicina. Yo nunca me lo había planteado, pero estoy seguro de que cualquiera de vosotros habría hecho lo mismo. Todos los días de clase se sentaba a mi lado un joven muy inteligente y agradable. Algunos días hasta comíamos juntos, pero absolutamente en todas las clases mascaba produciendo un “scrabs” continuado. Mascaba con la boca abierta, mascaba ruidosamente y yo no lo podía soportar. Cuando decidía deshacerse de ese chicle, y creía que ya podría respirar tranquilo, sacaba un paquete aplastado y pegajoso del cual extraía otro chicle. En ocasiones hacía globos , los cuales explotaban ruidosamente, y se le quedaba pegada en la cara una telilla gomosa que se intentaba quitar con la lengua.

Un día, en clase de anatomía, me desesperó tanto que le dije; “tío, te voy a matar”. Si hubiese conocido la sinceridad de mis palabras no me hubiese dedicado una sonrisa.

Ese mismo día al llegar a casa planeé la manera de deshacerme de aquel joven, de aquel chicle, de aquella sensación de asco que me invadía cada vez que mascaba aquella goma, cada vez que hacía “scrabs”. Me tumbé en la cama y pensé. Pensé en los asesinatos de Agatha Christie, pensé en todos los capítulos de CSI que había visto y pensé también en Bones.

Tras tiempo meditando sobre el tema tomé una decisión. Diréis que estoy loco pero os daréis cuenta de que no, ya que un loco no podría idear un plan tan perfecto.

Compré un paquete de chicles en el quiosco de abajo. Preparé una disolución de "dormidina" y alcohol y rocié con la disolución aquellos chicles que había comprado.

Al día siguiente en clase, se sentó a mi lado, como era costumbre. Le ofrecí aquel paquete de chicles. Se lo fue tomando a lo largo de toda la mañana hasta que a última hora comenzó a flaquear. Le acompañé hasta mi casa. Le tumbé en mi cama. Parecía tan bueno, tan frágil y débil. Ahí tumbado, confiando en mi, pensando tal vez que su cansancio y su sueño tan solo se debían a un proceso vírico. No mascaba chicle, no se debía de sentir con fuerzas. Cuando volví de la cocina armado con un cuchillo, dispuesto a acabar con mi tortura, flaqueé. Sin ese “scrabs”, mi odio desaparecía. Sin ese “scrabs” no tenía razones para acabar con su vida. Me quedé mirándolo tal vez horas. No había sido buena idea drogarle. La única parte que odiaba de él no era perceptible mientras dormía. Esperé a que despertase, con la esperanza de que al volver a oír aquel “scrabs” me armaría de valor para matarlo.

Al fin despertó, yo estaba en una esquina, en la penumbra. Me llamó, preguntó por mí un par de veces. Se incorporó en la cama y sacó un chicle. Comencé a oír: Scrabs, scrabs...

Diréis que estoy loco, pero habríais hecho lo mismo que yo. Me lancé encima de él y acabé con su vida de una sola cuchillada en la yugular. No le dio tiempo a reaccionar, posiblemente tampoco le daría tiempo a darse cuenta de que había muerto.

Envolví su cadáver en sábanas y lo llevé al vertedero. Allí nadie lo encontraría nunca. Al volver a casa me tumbé relajado a leer un rato. De repente oí; "Sbrabs", "scrabs", "scrabs"... ¡No podía ser! El sonido se escuchaba cada vez más fuerte....¡SCRABS, SCRABS!... grité para sofocar aquel horripilante sonido, grité todo lo que pude pero cada vez sonaba más fuerte...

Salí de casa para huir de aquella pesadilla y entonces me di cuenta; allí fuera estaba la hermana de él, y mascaba con la boca abierta, mascaba ruidosamente.... "pasa", le dije "¿quieres un chicle?"

Coral Cebrián Garea 2ºBach. B