viernes, 9 de abril de 2010

Cuento:Noa Martínez López

"Hasta que la muerte las separe"

Allí nos encontrábamos los diecisiete, sentados cada uno en su pupitre. Todos en silencio, leyendo fragmentos de una novela gótica; ella leía El castillo de Otranto, de Horace Walpole. Ella, estaba ¡como no! intentando llamar la atención, intentando conseguir un diez a toda costa, sin importarle cómo de bajo caer.
¿A caso no es normal que me moleste?
Y la ingenua profesora... otro elemento. Solo vivía para ella, solo le hacía caso a ella, era incapaz de oír otra voz que no fuese la suya.
Así, día tras día, semana tras semana; pero nunca me había dado cuenta... Nunca había llegado a la conclusión de que se trataba de un complot. De que esa odiosa alumna le estaba lavando el cerebro a la profesora para ponerla en mi contra.
Pero ésto sería solo el principio. ¿Y si decidiese seguir adelante? ¿Y si tuviese en mente poner a todo el mundo en mi contra? ¿No os parecería lo lógico? ¿No os parecería lo lógico cortar por lo sano cuanto antes?
Sí, eso es. Tenía que matarla, pero ¿cómo?...
Ahora ella y la profesora no se separaban nunca. Habían pasado de una relación simplemente profesional a algo más personal, más sentimental. Ahora se tuteaban, se llamaban para tomar algo. Estaba yendo demasiado lejos.
De repente, me llegó la gran oportunidad. Alguien hizo llegar a mis oídos que al siguiente jueves iban a ir a repasar unos apuntes a casa de la maestra después de ir a tomar algo. Su casa era una casa de campo, aislada, blanca con las ventanas azules y lo más importante, de madera. Una casa de madera que se vería reducida a cenizas antes del anochecer.
Ya era el día, y las dos estaban tomando algo en la cafetería del pueblo; así que era el momento...
Me acerqué a la casa donde se reunirían, forcé la cerradura y entré. Rellené el sillón, entre los cojines, de papel de periódico y bañé el suelo de un líquido inodoro, altamente inflamable. Por último, tapié las ventanas y todas las puertas de la casa, excepto la principal.
Ahora solo quedaba esperar entre arbustos y bombas incendiarias.
Sobre las seis de la tarde escuché un coche llegar, las dos se metieron en la casa y yodecidí actuar.
No quise esperar a que descubriesen que era una encerrona, así que a los escasos quince minutos de su llegada bloqueé también la puerta principal y lancé los explosivos por las ventanas.
Pensé en irme cuanto antes, pero tenía que disfrutar mi obra maestra, disfrutar de cómo las llamas arrasaban con todo. Así que me senté en un columpio del jardín a observar. Por fin. En paz.



Noa Martínez López