domingo, 23 de enero de 2011

Historias de amor de la lit. medieval- Eloísa y Abelardo

ELOISA Y ABELARDO


1. BIOGRAFIAS



Son los personajes de una historia trágica de amor, al estilo de la de Romeo y Julieta, o Tristán e Isolda, con el agregado de su pasión por la Filosofía.


Abelardo nació en 1079, en Palais, un pueblo cercano a Nantes, Francia. Provenía de una familia muy culta, y aunque desde muy joven se le inició en la carrera militar, la abandonó pronto para dedicarse al estudio. Filosofía, matemáticas, música y canto, se incluían entre las materias que estudiaba con apasionamiento. Es reconocido por la crítica moderna como uno de los grandes genios de la historia de la Lógica. Famoso por su enorme ingenio para la diatriba dialéctica y un dominio silogístico profundo, Abelardo es también recordado, siglos después, en pleno Romanticismo, por la prohibida relación amorosa mantenida con Eloísa. A la vez que autor de numerosos poemas, dedicó gran parte de su vida a la enseñanza y a la discusión, cautivando a los jóvenes por una novísima elocuencia, aplicando para ello una desconcertante crítica, envuelta con irrebatibles respuestas y nuevos giros de planteamientos que hacían enfurecer a todos con quienes competía sin haber recibido invitación alguna.


Eloisa, dama francesa, famosa por ser amante y luego esposa de Pedro Abelardo. Era discípula de Fulberto, canónigo tío suyo. Eloísa se retiró a Paracleto, donde fundó un monasterio en el que murió siendo abadesa. En el monasterio de Argenteuil recibió Eloísa la esmerada educación que asombró luego a sus contemporáneos. Escribió las Cartas a Abelardo. Abundan en sus cartas las citas y las referencias a Séneca, Ovidio, Lucano, Horacio, Cicerón, San Agustín, San Jerónimo, Aristóteles, Boecio y, por supuesto, las Sagradas Escrituras.






2. HISTORIA DE AMOR ENTRE ELOISA y ABELARDO


Abelardo, un joven apuesto e inteligente, dedicado a la filosofía llega a París y se gana rápidamente una brillante reputación. Un éxito que generó dos sentimientos: envidia de los demás y su propio orgullo.


Eloísa, una joven famosa por su belleza y su refinada cultura fue un imán para Abelardo, quien no quería cualquier mujer para saciar sus apetitos y Eloísa era perfecta y superaba a todas la demás.


Se conocieron atraves de Fulberto (tío de Eloisa) cuando ella tenía 17años. Abelardo además consiguió ser profesor de ella. A cambio, el tío le ofreció una habitación en la casa, a lo que Abelardo no se negó.




Y allí viviendo bajo el mismo techo y pasando largas horas juntos, comienza la pasión y la tragedia.


Fulberto le había pedido que sea estricto con ella y que si era necesario le pegar. Así que para completar el engaño, ella de vez en cuando gritaba para que su tio no sospechara.


El acercamiento al amor, provocó, según cuenta el mismo Abelardo, el alejamiento de la filosofía. Comienzan a correr los rumores y Fulberto no puede dar crédito a lo que se comenta. Finalmente los sorprende y los obliga a separarse.


Al poco tiempo, Eloísa le escribe a Abelardo con la noticia de que estaba embarazada, Abelardo decide raptarla y huyen a París donde nacerá su hijo, que lo llamarán Astrolabio.


Para compensar la vergüenza de Fulberto, Abelardo decide casarse con Eloísa sin consultarle. Ella solo aceptará por amor, no por convicción. Ella estaba completamente en contra del matrimonio, porque lo consideraba signo de posesión y no de amor, de interés y no de entrega. Pero acepta, por amor a Abelardo. Se casan secretamente en París, y en seguida vuelven a separarse para ya no volverse a ver.




Eloísa es enviada y recluída en la abadía de Argentuil, donde poco después tomará los hábitos. Fulberto pensaba que todo esto era una trampa de Abelardo para sacarse de encima a Eloísa y compra los servicios de un sujeto y manda a castrar a Abelardo mientras éste duerme.


Se mandan miles de cartas, donde Eloisa, abre sus sentimientos hacia él. Mientras tanto, Abelardo, se convierte en el filósofo de Dios. Le escribe a Eloisa cartas en las que solo habla del amor a Dios, y ella le pide palabras de amor y consuelo, temiendo ser olvidada por el amor de su vida. Ella no logra olvidarlo, y como una enamorada de cualquier tiempo, rememora las escenas compartidas. Pero no consigue que Abelardo le hable como un amante sino sólo como un maestro que quiere consolarla.



Cartas de amor- Eloisa y Abelardo:

De Eloísa:


Tú sabes amado mío – y todos saben también – lo mucho que he perdido al perderte a ti. Y cómo la mala fortuna – valiéndose de la mayor y por todos conocida traición – me robó mi mismo ser al hurtarme de ti.

El nombre de esposa parece ser más santo y más vinculante, pero para mí la palabra más dulce es la de amiga y, si no te molesta, la de concubina o meretriz. Tan convencida estaba de que cuanto más me humillara por ti, más grata sería a tus ojos y también causaría menos daño al brillo de tu gloria.

Dios me es testigo de que, si Augusto – emperador del mundo entero – quisiera honrarme con el matrimonio y me diera la posesión de por vida, de toda la tierra, sería para mí mas honroso y preferiría ser llamada tu ramera, que su emperatriz.

Mi bien amado, el azar acaba de hacer poner entre mis manos la carta de consuelo que escribiste a un amigo. Reconocí enseguida, por la letra, que era tuya. Me lancé sobre ella y la devoré con todo el ardor de mi ternura, puesto que he perdido la presencia corporal de aquel que la había escrito, al menos las palabras reanimarían un poco su imagen, en mi.

Y los recuerdos han vuelto a mí: esta carta, en cada línea, me abruma de hiel y de amargura, trazando la historia lamentable de nuestra conversión y los tormentos a los que sin cesar has sido sometido, tu, mi único.



De Abelardo:


Tú sabes a qué bajeza arrastró mí desenfrenada concupiscencia a nuestros cuerpos. Ni el simple pudor, ni la reverencia debida a Dios fueron capaces de apartarme del cieno de la lascivia, ni siquiera en los días de la Pasión del Señor o de cualquier otra fiesta solemne. Merezco la muerte y alcanzo la vida. Se me llama y doy la espalda. Persisto en el crimen y soy perdonado contra mi voluntad.

Me dices: “Pero yo sufrí por ti”. No lo pongo en duda. Pero sufriste más por ti; y eso mismo contra tu voluntad. No por un amor que saliera de ti, sino por coacción mía. Ni redundó en tu salvación, sino en tu dolor. Él, en cambio, padeció porque quiso y te trajo la salvación; Él que con su pasión cura toda enfermedad y disipa toda pasión. En Éste – te lo suplico – no en mí has de centrar toda tu devoción, toda la compasión, toda compunción. Llora la gran injusticia cometida con un ser tan inocente y no llores la justa venganza de la equidad sobre mí – y, si quieres, como ya se dijo – la suprema gracia sobre nosotros dos.
No me escribas más, Eloísa, no me escribas más; que ya es tiempo de poner fin a una correspondencia que hace infructuosas nuestras mortificaciones. No nos alucinemos: mientras nos lisonjee la idea de nuestros placeres pasados nuestra vida será tormentosa, y no gustaremos de las dulzuras de la soledad. Principiemos a hacer buen uso de nuestras austeridades, y no conservemos memorias criminosas entre los rigores de la penitencia. Suceda a nuestro descarrío la mortificación de cuerpo y espíritu, un ayuno exacto, una soledad continua y sin intermisión, meditaciones profundas y santas, y un amor perpetuo y entrañable hacia nuestro dios justo y misericordioso. Procuremos llevar la perfección religiosa a un punto a que no pueda llegarse sin dificultad: que es bien haya en el cristianismo algunas almas tan desprendidas de la tierra, de las criaturas, y de sí mismas, que parezcan independientes del cuerpo en que habitan, y le traten como a su esclavo.

Además que nunca puede elevarse con exceso, por muchos esfuerzos que haga, quien no intenta ascender hasta el criador, a fin de aproximarse a la divinidad, a que nuestros ojos no pueden acercarse sin infinita distancia. Obremos por dios separados de sus criaturas y de nosotros mismos: no hagamos cuenta de nuestros deseos, ni de opiniones ajenas…



Afortunadamente, la última carta conocida de Abelardo a Eloísa, termina con una oración compuesta para ella, su lenguaje abandona la abstracción y, por primera vez después de muchos años, se vuelve íntimo y cálido. Seguramente ella se debe haber sentido regocijada ante cada uno de esos recuerdos que los ligaban nuevamente y que sólo ellos dos conocían. Evidentemente, el recuerdo de la pasión había conseguido romper la solidez doctrinal de su amado Abelardo.


Abelardo muere en 1142 y Eloísa en 1163. Cuando Abelardo muere, Eloísa reclama su cuerpo.


Finalmente, descansan juntos en un cementerio de París, Père-Lachaise de París.

 
 
Y aqui os dejo, con una canción de Joaquin Sabina dedicada a los dos enamorados.
http://www.youtube.com/watch?v=ihkpNrTv7Os
 
 
3. BIBLIOGRAFÍA
 
 
http://www.enmemoria.com/tumbas-famosas/abelardo-y-eloisa.html
 
http://cartasfamosas.blogspot.com/2009/05/cartas-de-abelardo-y-eloisa.html
 
http://es.wikipedia.org/wiki/Pedro_Abelardo
 
 
Helena Fdez. Morano 2ºB