Isabetta y su tiesto de albahaca
Cuarta jornada. Novela V
Los hermanos de Isabetta matan a su amante, éste se le aparece en sueños y le muestra dónde está enterrado. Ella ocultamente le desentierra la cabeza y la pone en un tiesto de albahaca y llora sobre él todos los días durante mucho tiempo. Sus hermanos se lo quitan y ella se muere de dolor poco después.
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Sin dejar de llorar y siempre pidiendo su tiesto llorando, así murió Isabetta, y así tuvo fin su desventurado amor. Pero después de cierto tiempo, siendo esto sabido por muchos hubo alguien que compuso aquella canción que todavía se canta hoy y dice: Quien sería el mal cristiano que el albahaquero me robó...
Sin dejar de llorar y siempre pidiendo su tiesto llorando, así murió Isabetta, y así tuvo fin su desventurado amor. Pero después de cierto tiempo, siendo esto sabido por muchos hubo alguien que compuso aquella canción que todavía se canta hoy y dice: Quien sería el mal cristiano que el albahaquero me robó...
Isabella and the pot of basil. John White Alexander |
Este cuadro de Alexander está basado en un poema de John Keats, "Isabella, or, the pot of basil"; y su Isabella es la Isabetta de Boccaccio...
¡Bella Isabel, pobre y sencilla Isabel!
¡Lorenzo, un joven romero a los ojos del amor!
No podían morar en la misma mansión
sin sobresaltos de corazón, sin languidecer;
no podían sentarse a comer sin sentir lo bien
que les sentaría a los dos ser el uno del otro;
no podían, con seguridad, dormir bajo el mismo techo,
sin soñar el uno con el otro, y llorar por la noche.
Cada mañana su amor crecía en ternura,
cada tarde se hacía todavía más tierno y profundo;
él no podía en casa, en el campo o en el jardín agitarse,
pues el recuerdo de el se hallaba siempre en su pensamiento;
y el continuo oír de la voz de él era más placentero
para ella, que el ruido de los árboles y de los escondidos arroyos;
las cuerdas de su laúd le daban el eco de su nombre,
y ella estropeaba sus inacabados bordados por lo mismo.
[...]
http://www.bartleby.com/126/38.html
no podían, con seguridad, dormir bajo el mismo techo,
sin soñar el uno con el otro, y llorar por la noche.
Cada mañana su amor crecía en ternura,
cada tarde se hacía todavía más tierno y profundo;
él no podía en casa, en el campo o en el jardín agitarse,
pues el recuerdo de el se hallaba siempre en su pensamiento;
y el continuo oír de la voz de él era más placentero
para ella, que el ruido de los árboles y de los escondidos arroyos;
las cuerdas de su laúd le daban el eco de su nombre,
y ella estropeaba sus inacabados bordados por lo mismo.
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La Isabella de William Hunt |
La Isabella de Waterhouse |
Ilustración de W. J. Neatby para el poema de Keats |