jueves, 24 de mayo de 2012

Teatro del absurdo. Ionesco



Magritte
Llegamos al teatro del absurdo a través del  dadaísmo de Jarry, del teatro vanguardista de su discípulo Artaud,…y  del cine mudo (Charlot, Buster Keaton.). Pero ha terminado la II Guerra Mundial y  la desesperanza de la literatura existencialista de los años 40 ha dejado una profunda huella en Europa. El Teatro del Absurdo se desarrolla un poco después, sobre la década de los 50.

Tras cada diálogo "descabellado" de una escena de este teatro, aparentemente muy divertido,  se esconde el sinsentido y la náusea de la existencia. La incomunicación aparece como una de las maldiciones del hombre moderno ; ni siquiera el lenguaje sirve para que los seres humanos podamos entendernos. Parece que ya no hay mensajes que transmitir, por eso las conversaciones son estereotipadas y huecas.  No tienen sentido; porque tampoco lo tiene la vida.

Pero a pesar de todo, Ionesco  es muy divertido.Lo que tuvieron de valioso las vanguardias fue dejarle al arte el camino libre para el humor, la ruptura de toda lógica y la provocación. 

 La cantante calva 
 Es la obra más famosa de Ionesco. Los señores Martin van a visitar a los Smith. A estos cuatro personajes , que mantienen alrededor de una mesa camilla un continuo diálogo de besugos, se les une un bombero, que viene a apagar un incendio que no existe. La obra no tiene argumento; sólo asistimos a una sucesión de diálogos disparatados e incoherentes. Por supuesto tampoco hay una cantante y ninguno está calvo.

Dejo fragmentos

SR. MARTIN.- Mi apartamento está en el quinto piso, es el número ocho, estimada señora.
SRA.MARTIN.- ¡Qué curioso, Dios mío, qué extraño! ¡Y qué coincidencia! ¡Yo también vivo en el quinto piso, en el apartamento número ocho, estimado señor!
SR.MARTIN.- (Pensativo) ¡Qué curioso, qué curioso, qué curioso y qué coincidencia! Sepa usted que en mi dormitorio tengo una cama. Mi cama está cubierta con un edredón verde. Esa habitación, con esa cama y su edredón verde, se halla en el fondo del pasillo, entre los retretes y la biblioteca, mi estimada señora.
SRA. MARTIN.-¡Qué coincidencia, Dios mío, qué coincidencia! Mi dormitorio tiene también una cama con un edredón verde y se encuentra en el fondo del pasillo, entre los retretes y la biblioteca, mi estimado señor.
SR.MARTÍN.-¡Qué raro, qué curioso, qué extraño! Entonces, señora, vivimos en la misma habitación y dormimos en la misma cama, estimada señora.¡Quizá sea en ella donde nos hemos visto!

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EL BOMBERO- Mi cuñado tenía, por el lado paterno, un primo carnal uno de cuyos tíos maternos tenía un suegro cuyo abuelo paterno se había casado en segundas nupcias con un joven indígena cuyo hermano había conocido, en uno de sus viajes, a una muchacha de la que se enamoró y con la cual tuvo un hijo que se casó con una farmacéutica intrépida que no era otra que la sobrina de un contramaestre desconocido de la marina británica y cuyo padre adoptivo tenía una tía que hablaba de corrido el español y que era, quizás, una de las nietas de un ingeniero, muerto joven, nieto a su vez de un propietario de viñedos de los que obtenían un vino mediocre, pero que tenía un primo segundo, casero y ayudante, cuyo hijo se había casado con una joven muy guapa, divorciada, cuyo primer marido era hijo de un patriota sincero que había sabido educar en el deseo de hacer fortuna a una de sus hijas, que pudo casarse con un cazador que había conocido a Rothschild y cuyo hermano, después de haber cambiado muchas veces de oficio, se casó y tuvo una hija, cuyo bisabuelo, mezquino, llevaba unas gafas que le había regalado un primo suyo, cuñado de un portugués, hijo natural de un molinero, no demasiado pobre, cuyo hermano de leche tomó por esposa a la hija de un ex médico rural, hermano de leche del hijo de un lechero, hijo natural a su vez de otro médico rural casado tres veces seguidas, cuya tercera mujer...
SR. MARTIN-Conocí a esa tercera mujer, si no me engaño. Comía pollo en un avispero.
EL BOMBERO-No era la misma. "

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SRA.SMITH.- Oh, sí, capitán, vuelva a empezar!
(Todos se lo piden.)
EL BOMBERO – ¡Ah!, no sé si voy a poder. Estoy en misión de servicio Depende de la hora que sea.
SRA. SMITH – En nuestra casa no tenemos hora.
EL BOMBERO.- ¿Y el reloj?
SR.SMITH.- Anda mal. Tiene el espíritu de contradicción. Indica siempre la contraria de la hora que es.
EL BOMBERO.– Eso me recuerda que debo irme. Puesto que ustedes no tienen hora, yo, dentro de tres cuartos de hora y dieciséis minutos exactamente tengo un incendio en el otro extremo de la ciudad. Tengo que apresurarme, aunque no tenga mucha importancia.
SRA.SMITH. – ¿De qué se trata? ¿De un fueguito de chimenea?
EL BOMBERO.- Ni siquiera eso. Una fogata de virutas y un pequeño ardor de estómago.
SR.SMITH.- Entonces, lamentamos que se vaya.
SRA. SMITH.- Ha estado usted muy divertido.
SRA.MARTIN.- Gracias a usted hemos pasado un verdadero cuarto de hora cartesiano.

 
La lección  
Es otra pieza divertidísima de sólo dos pesonajes. La Alumna va a casa de El profesor para que le ayude a preparar un doctorado. La siguiente escena es una de las primeras: la lección de aritmética. Los dos son corteses y educadísimosssss

EL PROFESOR: Bueno. Aritmeticemos un poco.
LA ALUMNA: Con mucho gusto, señor.
EL PROFESOR: ¿No le molesta decirme…?
LA ALUMNA: De ningún modo, señor, continúe.
EL PROFESOR: ¿Cuántos son uno y uno?
LA ALUMNA: Uno y uno son dos.
EL PROFESOR (admirado por la sabiduría de la alumna): ¡Oh, muy bien! Me parece muy adelantada en sus estudios. Obtendrá fácilmente su doctorado total, señorita.
LA ALUMNA: Lo celebro, tanto más porque usted es quien lo dice.
EL PROFESOR: Sigamos adelante: ¿cuántos son dos y uno?
LA ALUMNA: Tres.
EL PROFESOR: ¿Tres y uno?
LA ALUMNA: Cuatro.
EL PROFESOR: ¿Cuatro y uno?
LA ALUMNA: Cinco.
EL PROFESOR: ¿Cinco y uno?
LA ALUMNA: Seis.
EL PROFESOR: ¿Seis y uno?
LA ALUMNA: Siete.
EL PROFESOR: ¿Siete y uno?
LA ALUMNA: Ocho.
EL PROFESOR: ¿Siete y uno?
LA ALUMNA: Ocho... bis.
EL PROFESOR: Muy buena respuesta. ¿Siete y uno?
LA ALUMNA : Ocho... ter.
EL PROFESOR: Perfecto. Excelente .¿Siete y uno?
LA ALUMNA: Ocho... quater. Y a veces nueve.
EL PROFESOR: ¡Magnífica! ¡Es usted magnífica! ¡Es usted exquisita ! Le felicito calurosamente, señorita. No merece la pena continuar. En lo que respecta a la suma es usted magistral. Veamos la resta. Dígame solamente, si no está agotada, cuántos son cuatro menos tres.
LA ALUMNA: ¿Cuatro menos tres?... ¿Cuatro menos tres?
EL PROFESOR: Sí. Quiero decir: quite tres de cuatro.
LA ALUMNA: Eso da… ¿siete?
EL PROFESOR: Perdóneme si me veo obligado a contradecirle. Cuatro menos tres no dan siete. Usted se confunde: cuatro más tres son siete, pero cuatro menos tres no son siete… Ahora no se trata de sumar, sino de restar... ¿Sabe usted contar bien? ¿Hasta cuánto sabe usted contar?
LA ALUMNA: Puedo contar… hasta el infinito…
EL PROFESOR: Eso no es posible, señorita.
LA ALUMNA: Entonces, digamos hasta dieciséis.

Las cosas se van poniendo cada vez más y más complicadas. El profesor acabará matándola.