lunes, 12 de diciembre de 2011

El proceso: Kafka

Como recordaréis, Kafka vivió siendo un oscuro empleado de una oficina de seguros, dedicando en realidad su vida a escribir cuentos, novelas, cartas...Yo creo que escribió, porque no supo vivir. Escribir, para él, era una manera de matar sus fantasmas. No le interesaba ser famoso, y su obra la publicó póstumamente su amigo Max Brod, que no quemó sus escritos, como él le había pedido.

Pero Kafka había estudiado Derecho, e hizo prácticas como abogado de los juzgados  de Praga. Por eso conocía muy bien el mundo de los tribunales y  de la burocracia reflejados en  El Proceso .
Como ya sabéis algo sobre el argumento de esta novela, copio dos fragmentos : el comienzo, y el final.

El comienzo:
Alguien tenía que haber calumniado a Josef  K, pues fue detenido una mañana sin haber hecho nada malo. La cocinera de la señora Grubach, su casera, que le llevaba todos los días a eso de las ocho de la mañana el desayuno a su habitación, no había aparecido. Era la primera vez que ocurría algo semejante. K esperó un rato más. Apoyado en la almohada, se quedó mirando a la anciana que vivía frente a su casa y que le observaba con una curiosidad inusitada. Poco después, extrañado y hambriento, tocó el timbre. Nada más hacerlo, se oyó cómo llamaban a la puerta y un hombre al que no había visto nunca entró en su habitación. Era delgado, aunque fuerte de constitución, llevaba un traje negro ajustado, que, como cierta indumentaria de viaje, disponía de varios pliegues, bolsillos, hebillas, botones, y de un cinturón; todo parecía muy práctico, aunque no se supiese muy bien para qué podía servir.
––¿Quién es usted? ––preguntó Josef K, y se sentó de inmediato en la cama.



Durante todo un año, K intentará buscar una respuesta ( ¿qué delito cometió?) y demostrar su inocencia absoluta. El abogado que contrata encuentra difícil su causa; irá de puerta en puerta, de pasillo en pasillo, de interrogatorio en interrogatorio… Entre tanto, sigue llevando su rutina cotidiana. Justo un año después, en vísperas de cumplir 31 años , dos funcionarios  bien vestidos y exageradamente corteses van a buscarlo y le “invitan” a que les siga. Con la mayor cortesía le llevan a las afueras de la ciudad , le “colocan” la cabeza sobre una piedra ( para que esté cómodo) y lo “invitan” a que se quite la vida, pero él decide no ahorrarles trabajo , y lo apuñalan.

  En muchos pasajes de la obra podríamos “sonreír” ante lo absurdo de muchas situaciones,  pero la sonrisa se nos congela rápidamente ante  el sinsentido angustioso de lo que presenciamos. Eso es lo que Valle llamaría esperpento: el esperpento es una superación de la risa y el dolor . No hay tragicomedia ( por eso ladeé la cabeza cuando Carmen lo dijo esta mañana) .Como en el caso del esperpento  ( expresionista)  de  Valle, los episodios de esta novela son “una tragedia que no puede ser tragedia” . Kafka es ya es un escritor vanguardista, y emplea una técnica des-humanizadora y anti-romántica; él “parece” no conmoverse con la situación absurda que vive Josep K…como lo demuestra la  sobriedad de su estilo, y la ironía lacónica de su prosa.

 Este es el final de El Proceso

  Aunque nadie le había anunciado la visita, K, poco antes de la llegada de aquellos hombres, había permanecido sentado en una silla cerca de la puerta, también vestido de negro, poniéndose lentamente sus guantes, en una actitud similar a cuando alguien espera huéspedes. Se levantó en seguida y contempló a los hombres con curiosidad.
––¿Les han enviado para recogerme? ––preguntó.
Finalmente, dejaron a K en una posición que ni siquiera era la mejor entre todas las que habían probado. Entonces uno de los hombres abrió su levita y sacó de un cinturón que rodeaba al chaleco un cuchillo de carnicero largo, afilado por ambas partes; lo mantuvo en alto y comprobó el filo a la luz. De nuevo comenzaron las repugnantes cortesías, uno entregaba el cuchillo al otro por encima de la cabeza de K, y el último se lo devolvía al primero. K sabía que su deber hubiera consistido en coger el cuchillo cuando pasaba de mano en mano sobre su cabeza y clavárselo. Pero no lo hizo; en vez de eso, giró el cuello, aún libre, y miró alrededor. No podía satisfacer todas las exigencias, quitarle todo el trabajo a la organización; la responsabilidad por ese último error la soportaba el que le había privado de las fuerzas necesarias para llevar a cabo esa última acción. Su mirada recayó en el último piso de la casa que lindaba con la cantera. Del mismo modo en que una luz parpadea, así se abrieron las dos hojas de una ventana. Un hombre, débil y delgado por la altura y la lejanía, se asomó con un impulso y extendió los brazos hacia afuera. ¿Quién era? ¿Un amigo? ¿Un buen hombre? ¿Alguien que participaba? ¿Alguien que quería ayudar? ¿Era sólo una persona? ¿Eran todos? ¿Era ayuda? ¿Había objeciones que se habían olvidado? Seguro que las había. La lógica es inalterable, pero no puede resistir a un hombre que quiere vivir. ¿Dónde estaba el juez al que nunca había visto? ¿Dónde estaba el tribunal supremo ante el que nunca había comparecido? Levantó las manos y estiró todos los dedos.
Pero las manos de uno de los hombres aferraban ya su garganta, mientras que el otro le clavaba el cuchillo en el corazón, retorciéndolo dos veces. Con ojos vidriosos aún pudo ver cómo, ante él, los dos hombres, mejilla con mejilla, observaban la decisión.           
––¡Como a un perro! ––dijo él: era como si la vergüenza debiera sobrevivirle.