martes, 22 de enero de 2013

Habla la señora Tontería

Copio dos fragmentos del Elogio de la Locura. En este breve tratado, que Erasmo dedicó a su amigo Tomás Moro, el personaje narrador es La Estulticia, o Necedad, o Locura, o Ignorancia., o Estupidez... Vamos a llamarla Doña Tontería. Por supuesto, es una idea personificada, huella de la tendencia alegórica de la literatura medieval.
Doña Tontería se presenta ante su público y empieza a defender la importancia que la simpleza y la necedad tienen para que vivamos felices. Hace un repaso de todos los grupos sociales de su época (comerciantes, cortesanos, sabios, filósofos, sacerdotes, papas...) y llega a la conclusión de que están todos más locos que ella. Vamos, que ella ( como casi un siglo después don Quijote) es la menos loca en un mundo de locos.

Pese al tono paródico ( pues Erasmo era un sacerdote humanista, sabio, filósofo y gramático) el autor nos enseña que una buena dosis de alegría , e incluso de locura y de simpleza, es necesaria para vivir.

  En el cap. 49 habla de los gramáticos ( intento no sentirme identificada).

 Pero yo misma sería necia a más no poder y merecería las carcajadas de Demócrito si pretendiese enumerar todas las formas de necedad y de locura del vulgo. Me limitaré, pues, a tratar de aquellos mortales que gozan reputación de sabios y, según los que les rodean, han alcanzado los laureles, entre los cuales descuellan los gramáticos, casta que sería sin disputa la más mísera, afligida, y dejada de la mano de los dioses si yo no acudiese a mitigar las desdichas de tan sórdida profesión con la ayuda de una dulce locura. No sólo han caído sobre ellos las cinco furias, sino mil, pues siempre se les ve famélicos y harapientos en sus escuelas, o pensaderos, y rodeados de verdugos en figura de un montón de chicos que les hacen envejecer antes de tiempo a fuerza de cansancio y que les aturden con sus gritos, amén de los hedores que exhalan; pero a pesar de esto, gracias a mí, se estiman por los primeros entre los hombres. Se pavonean así ante la aterrada turba y se dirigen a ella con voz y cara tenebrosas; luego con la palmeta, las disciplinas, o la varilla abren las carnes a los desdichados y con razón o sin ella, les hacen víctimas de su arbitrariedad, imitando al asno de Cumas.
     Únase a esto la satisfacción que reciben cuando en algún carcomido pergamino encuentran el nombre de la madre de Anquises o hallan una palabreja desconocida del vulgo, como «bubsequa», «bovinator» o «manticulator»; si logran desenterrar un cacho de piedra antigua con alguna mutilada inscripción, ¡oh Júpiter, qué alegría, qué triunfo, qué encomios, como si hubiesen conquistado el África o tomado a Babilonia! Y cuando recitan sus versos, insulsos y absurdos por demás, y nunca falta quien se los celebre, creen de buena fe que el espíritu de Virgilio ha reencarnado en su pecho. 
Pero nada hay más divertido que ver a estos desdichados cuando se prodigan mutuas alabanzas y admiraciones y se rascan recíprocamente; pero si uno de ellos por descuido se equivoca en alguna palabreja y el otro, más listo, tiene la suerte de cazársela, ¡por Hércules, qué drama, qué pelea, qué de injurias y denuestos!... Y si falto a la verdad, que caiga sobre mí la cólera de todos los gramáticos.
     Conozco a un omnisciente helenista, latinista, matemático, filósofo, médico y otras cosas más, y cuando ya era sexagenario, lo arrumbó todo para dedicarse sólo al conocimiento de la gramática, con la que se atosiga y tortura desde hace casi veinte años. Y sería feliz, dice, si pudiera vivir hasta haber claramente establecido cómo se han de distinguir las ocho partes de la oración, cosa que nadie entre los griegos y los latinos ha logrado hacer de manera definitiva.
     ¿Cómo preferís que se llame a esto, estulticia o locura? Poco importa, con tal que se reconozca que gracias a mis beneficios el animal más infeliz de todos goza de tal dicha, que no trocaría su suerte por la de los reyes de Persia.



El siguiente es el pasaje final. La despedida. Lo que subrayo ¡no me gustó nada!

  Pero noto que me he olvidado de que estoy traspasando los límites convenientes. Si alguien considera que he hablado con demasiada pedantería o locuacidad, pensad que lo he hecho no sólo como Estulticia, sino como mujer. Recordad, además, el proverbio griego que dice: «Los locos a veces dicen la verdad», a menos que penséis que este refrán no reza con las mujeres.
     Veo que estáis aguardando el epílogo; pero os erráis si imagináis que me acuerdo de una sola palabra de todo este fárrago que acabo de soltar... Vaya este adagio antiguo: «No me gusta el convidado que tiene buena memoria.» Y yo invento éste: «Detesto al oyente que se acuerda de todo.» Por todo ello, ¡salud, celebérrimos devotos de la Sandez, aplaudid, vivid y bebed!


http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/elogio-de-la-locura--0/html