domingo, 23 de mayo de 2010

Cuento: Un segundo

Eran las 10 de la mañana de un sábado cuando Julián se levantó para ir a sus clases de tenis como todos los fines de semana; al acabar, se pasó el resto de la mañana estudiando filosofía, ya que iba a tener un examen muy pronto. Pasada la hora de comer, Julián fue a reunirse con el resto de su equipo de fútbol, el Ortoño F.C, para ir a jugar un partido de liga.
Todo era normal, como siempre. Mientras se cambiaban estaban escuchando música y charlando hasta que Brañas, el delegado del equipo, los mandó salir a calentar. Acabado el calentamiento el árbitro los llamó para pasar la revisión de fichas y Julián fue a firmar en el acta como capitán de su equipo.
El árbitro pitó el comienzo del partido, los dos equipos estaban muy igualados hasta que Nico, del Ortoño, enganchó una volea desde fuera del área que acabó en el fondo de la red. Así llegaron al descanso, pero una vez reanudado el encuentro el equipo contrario empató. Julián animaba al resto de compañeros, sin ser consciente de la mala suerte que tendría en los próximos minutos.
A los 10 minutos de la segunda parte Nico le mandó un pase en largo a Julián, él le ganó a la defensa en velocidad y se plantó ante el portero; los dos llegaban muy forzados al balón pero Pedro estuvo más rápido y consiguió picarla. De repente se escuchó un fuerte chasquido en todo el campo y un dolor le recorrió todo el cuerpo: el portero había llegado tarde al balón clavándole la bota en la pierna y como Julián iba en velocidad se avalanzó contra él sin querer. No sabía qué tenía, pero dolía como no lo había hecho nunca; no era un tirón como él pensaba, por suerte había un médico en el campo que nada más verlo supo lo que pasaba: le habían roto la pierna. Todo el mundo lo rodeó haciendo preguntas, mientras que en la cara de sus compañeros se veían rostros pálidos, algunos lloraban, otros no se lo creían.
Lo sacaron en un banco del campo pero el dolor seguía ahí, Julián no sabía si reír o llorar, nunca le había pasado nada parecido. Cuando llegó la ambulancia le pusieron la pierna estirada y el dolor cesó un poco, pero no podía mover ni brazos ni manos, ya que a causa de la hiperventilación se le habían quedado paralizados. Al salir del campo, Julián recibió la ovación de la gente entre lágrimas.
Una vez llegado al hospital le administraron calmantes y el dolor desapareció por completo, fue ahí cuando le empezaron a hacer pruebas. Había roto la tibia y dejado el peroné un poco tocado pero no era una fractura limpia, estaba astillada. Como el dolor estaba controlado y habían acabado con las pruebas, lo mandaron a preingresos hasta que quedara alguna habitación vacía. Mientras, recibió la visita del entrenador, el presidente y el delegado del equipo; a las que había que sumar la de unos padres de compañeros del equipo y su propio padre.
Se hizo de noche y no había rastro alguno de dolor, hasta que de repente notó una sensación extraña, que a cada minuto iba aumentando hasta hacerse insoportable. Los médicos pensaban que estaba exagerando y le daban calmantes, pero no funcionaban. Cada vez dolía más y más y nadie le hacía caso. Pasadas dos horas con ese dolor le hicieron una prueba y vieron que había desgarrado una arteria y se desangraba por dentro; rápidamente lo llevaron a comprobar en qué puntos había más presión de sangre clavándole agujas durante una hora, y una vez terminado lo llevaron a quirófano ya que había que operar de urgencia.
Julián se despertó en una camilla, tenía dolor, pero no era aquel dolor insoportable. En lo primero que se fijó fue en su pierna: la tenía toda vendada y un fijador externo clavado en ella. Cuando llegó el médico le preguntó qué le habían hecho, a lo que le contestó que le tuvieron que abrir toda la pierna para parar la hemorragia interna y alinear la tibia. También le comentó que sino llegan a intervenir de urgencia habría perdido el pie para siempre.
Ese mismo día lo trasladaron a una habitación en pediatría y todo estaba controlado, o al menos lo parecía. Vino un médico y le levantó las vendas para ver como estaba todo, cuando acabó lo cerró todo otra vez y se marchó, pero Julián empezó a notar un dolor en la pierna que antes no tenía.
Se despertó de madrugada con un dolor tremendo, pero no sólo en la pierna izquierda sino que ahora también en la otra. Llegó una oleada de médicos para ver qué pasaba: al levantarle el día anterior las vendas se le había infectado la pierna, y la infección ya estaba afectando a la otra pierna también. Era un dolor insoportable y nada de lo que le daban le hacía efecto, así que se lo llevaron de nuevo a quirófano. Cuando le abrieron otra vez se dieron cuenta de lo que pasaba: el fijador externo de su pierna se había soltado por dentro desgarrándole varias arterias y venas, a parte de destrozarle el hueso por completo.
Lo que no sabía Julián antes de ir a quirófano es que aquellos médicos serían las últimas personas a las que iba a ver, y el partido del sábado el último que jugaría. Julián no salió vivo de quirófano, murió desangrado. Su vida prácticamente había terminado en ese segundo en el que decidió meter la pierna para intentar meter gol, cada segundo de la vida de uno cuenta.



Julián